Cuando quitaron las ovejas, el páramo comenzó a recuperarse. Sin sus desechos, mejoró la calidad del agua. Sin sus pezuñas apelmazando el suelo, la vegetación renació. Al principio tímidos, llegaron los venados de cola blanca en búsqueda de hierbas para comer y de arbustos para refugiarse. Detrás de ellos reaparecieron los pumas.
“Este podría ser un caso referencial de cómo las redes tróficas se ensamblan y generan cambios paulatinos a nivel de paisaje”, dice Evelyn Araujo, bióloga de la Fundación Cóndor Andino, que monitorea los páramos del volcán Antisana, ubicado al sureste de Quito.
“Con eso también se recupera esa capacidad de proveer agua para la ciudad”, asegura Silvia Benítez, directora del programa Agua Dulce para América Latina de la organización no gubernamental The Nature Conservancy (TNC).
En 2010, la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento de Quito (EPMAPS) compró unas 7000 hectáreas de una hacienda que se dedicaba a la crianza de ovejas. Más tarde, el Fondo para la Protección del Agua para Quito (FONAG) compró unas hectáreas adicionales. Ahora, el Área de Protección Hídrica Antisana, ubicada en las estribaciones occidentales del volcán y junto al Parque Nacional Antisana, suma 8500 hectáreas.